-Ella no mintió.
Qué feos testículos tiene, señor -me dijo la
prostituta.
Le faltaban los dientes de
la encía superior. Su cuerpo se presentaba fláccido,
orientado hacia una intemperancia mullida. Sonreía. Y decía
la verdad.
Mi escroto es de un color
amarronado. Tiene una particular textura muy áspera. Diría
que tales características hacen parecer a mis testículos
un kiwi.
-Parecen un kiwi -añadió
ella-. Su esposa me lo advirtió al contratarme. Y me exigió
como condición excluyente que trajera a la bisabuela.
Lo sospechaba. Siempre que
me pagaba una prostituta, Helena les hablaba de mis testículos
y, sobre todo, buscaba alguna condición excepcional, en este
caso, la inclusión de la anciana.
-Su señora me dijo
que me contrataba porque era muy fea. Y porque creía que yo
sería la que más me reiría de sus testículos.
Pero el trato definitivamente lo cerró el asunto de la
bisabuela.
La anciana tenía
102 años. Estaba ciega. Se había desnudado con una
llamativa lentitud en un rincón de la habitación. Su
desnudez resultaba cuando menos asombrosa. Sus huesos se marcaban de
manera nítida bajo la piel que parecía un pergamino
antiguo. Una momia: esa es la definición más precisa
que puedo otorgar de su cuerpo. Y sobre todo de su rostro. Era sin
dudas, un cadáver incorrupto.
-Mi familia tiene una
larga tradición de putas -dijo la mujer-. Pero faltaba sólo
la bisabuela. Ya venía siendo hora de prostituirla. Tiene una
salud de hierro. Puede hacerle lo que quiera: puede orinarla,
defecarla. Forníquela como más le guste. Si se muere,
no le hace: ¿quién no querría morirse vomitada,
en el medio de un coito?
Volvío a mirar mis
testículos y agregó:
-Hay una crema muy buena
para la piel. Quita las asperezas y remueve células muertas.
Blanquea. Yo creo que le ayudaría con sus huevos. Acá
la tengo, en mi cartera. Permítame que voy a colocarle un
poco.
Extrajo el pomo blanco,
dotado de un considerable viso fálico. Se colocó un
poco en la palma de la mano, y comenzó a deslizarla por mi
escroto con suaves movimientos circulares.
Mientras lo hacía
me manifestaba:
-Qué caro está
todo. La verdura por ejemplo.
Y agregó:
-¿Hace cuánto
que perdió parte del miembro?
-Qué parte. Yo no
perdí ninguna parte del miembro.
-¿Pero ese es su
tamaño normal? No puede ser. Su señora me dijo que
usted antes tenía falo grande, y que lo había perdido
casi todo en un accidente. ¿Está seguro? Ese no puede
ser un miembro entero. Pero mejor para la abuela. Menos daño
para su vagina árida.
La anciana parecía
haberse quedado dormida en su rincón, sentada y desnuda. De
vez en vez se llevaba la mano a la vulva: parecía querer
masturbarse.
-Ánde, ánde
-me decía la mujer de la vida-. Empiece por la abuela. ¿No
se anima? Bueno, para que entre en clima, yo la voy a mear.
Jajajajajajjaja. Notable.
ResponderEliminarQuiero preguntar,la bisabuela estaba húmeda?...
ResponderEliminarMe gustan las descripciones que haces, demasiado explícitas, pero geniales. Saludos.
ResponderEliminarUn genio.
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