3/12/11

Funículo espermático (17)

Cómo no dirigir mis recuerdos a Bobby, entonces, el perro de infancia. Cómo no recuperar en la memoria sus rodeos lúdicos, su ladrido estrecho, el movimiento pendular de su rabo.
No quería hacerlo. No con un perro. Pero mi esposa, Helena, fue, como siempre, harto convincente.
Y Bobby volvió a mi evocación incluso desde mucho antes de que el miembro del mastín napolitano estivese dentro de mi boca.
Mientras yo le practicaba sexo oral al perro, mi esposa me lo practicaba a mí.
-Esto no me gusta -le dije a Helena-. Ni siquiera voy a conseguir una erección.
Ella replicó:
-¿Cómo que no vas a conseguir una erección? No sólo conseguiste una muy férrea, sino que hace cinco segundos acabás de eyacular dentro de mi boca.
Mientras Helena decía esto, el mastín eyaculaba dentro de la mía.
Entonces comprendí que la infancia no era más que una ilusión de pureza, un hecho lejano que pertenecía a la esfera de la ilusión, sólo un triste mecanismo de defensa, una farsa.
Así que le dije a Helena que repitamos el acto sexual con el mastín sobre la tumba de Bobby, que se encontraba en un campo cercano, sobre la cual había dejado flores y lágrimas durante muchos años de mi corta y agónica niñez.