16/7/12

Cáncer vaginal (21)


Cuando niño, de manera involuntaria, tenía la capacidad de lograr que se lastimaran y hasta murieran chiquillos que convivían conmigo.
Un compañero de escuela, cierta vez se rió tanto de mi fealdad y lo hizo durante tanto tiempo y con tal violencia, que experimentó un principio de infarto.
Una niña que me gustaba, me consideraba tan feo que sostenía que tenía pesadillas conmigo y que mi visión la acechaba en las noches, dentro de su habitación y hasta debajo de la cama. La niña terminó suicidándose a los diez años a causa de esto.
El padre de un compañero nuevo en la escuela venía en su vehículo a dejar al niño en el  establecimiento educativo. Cuando me vio, mientras estacionaba, quedó tan perplejo con mi fealdad que colisionó contra otro auto haciendo que mi compañero lastimara de gravedad su cabeza.
Este compañero, de nombre Jacinto, fue uno de los niños que más me burló durante la infancia. Se reía tanto de mí, que los días en que no asistía a clase, extrañaba sus carcajadas, que ya se habían tornado una irreverencia natural y rutinaria.
Más de veinte años después, lo encontré en la calle. Cuando me vio, lejos de saludarme, comenzó a retorcerse de las carcajadas que mi rostro y cuerpo le producían.
-Bodeler. Menos mal que me voy de viaje durante dos años, así en ese lapso de tiempo, no me cruzaré de nuevo con tan graciosas e inmundas facciones, cuerpo, voz  y forma de ser -me dijo y se marchó.
Entonces comencé mis tareas de inteligencia.
Efectivamente se marchó a un viaje con su familia; su esposa y una hija de un año. Tenía una bonita casa, con un amplio parque y una encantadora piscina.
La primera noche en que ingresé a su propiedad, noté que la piscina estaba vacía. Y allí pergeñé un plan.
Desde ese momento, cada vez que sentía ganas de defecar, me aguantaba hasta llegar a su casa, saltar las rejas y cagar dentro de la piscina.
Lo hice cada día durante los dos años en que el sujeto estuvo ausente.
No resultaba fácil; yo no vivía tan cerca y en un par de ocasiones me defequé encima. Sobre todo si se considera  que muchas veces tomaba un purgante para favorecer mi misión. En tales ocasiones pasaba casi todo el día y la noche en la casa, durmiendo cerca de la pileta. Si me cagaba en el camino, de todas formas arribaba hasta la alberca y arrojaba en ella mi ropa interior embarrada de materia fecal.
Para el día en que Jacinto regresaba, la piscina estaba casi completa de mierda en descomposición.
Como había inquirido el horario de su retorno, lo esperé dentro de su morada con mi cabeza cubierta con una media de mujer y un arma en la mano.
Apenas mi ex compañero hubo ingresado portando una valija, lo encañoné y le ordené que me entregara a la niña, que contaba con tres años para entonces.
El sujeto se negó de forma rotunda, de manera que coloque la pistola en la sien de la pequeña. Entonces me la dio.
La tomé en brazos y la llevé corriendo hasta la piscina pletórica de caca y la arrojé adentro.
Mientras saltaba la reja y me alejaba a la carrera, volteé la cabeza y pude ver como el sujeto se arrojaba de manera resuelta a la mierda pútrida para rescatar a su hija. Me reí hasta llegar a mi casa.
Una vez en mi morada, entre carcajadas, me masturbé pensando en lo ocurrido.