14/12/12

Pene atrofiado (22)


Me coloqué unas bragas generosas y una enagua de madre, una peluca rubia apolillada y me maquillé con esmero.

Y así, frente al espejo, admirando mi abyecta figura travestida, me practiqué una auto fellatio. Cuatro años de insufribles clases de yoga para acceder a las condiciones físicas que me permitiesen chupármela a mí mismo.

Pero había valido la pena.

Dejé que una traza de semen se deslizara por la comisura de su boca reflejada, digo MÍ boca. Pues se trataba de un homenaje a ella, una ceremonia gemela.

Porque no me animaba a buscarla en su casa, a espiarla por la ventana y masturbarme con su verdadera imagen. Sólo me restaba conformarme mirándome a mí mismo. Porque ella era igual a mí. Una mujer madura idéntica a mí.
Cuando la vi por primera vez en la calle, su fealdad me causó asco y risa, un sentimiento retorcido que conocía bien, pues es el que por lo general despierto. Entonces me di cuenta; la mujer tenía mis idénticos ojos desproporcionados, una copia de mis desagradables facciones. Experimenté entonces una polución diurna.
Evidentemente la señora vivía en las proximidades. Un vendedor de periódicos se me acercó y, tocándome el culo, me dijo:
-¡Elenita, te vestiste de macho!
Salí corriendo tras ella. Vivía en un conventillo infame. Antes de entrar, creyendo que nadie la veía, se metió la mano debajo del vestido y se rascó la vulva. Luego se olió los dedos y los chupó.
Elenita, algún día entraré anónimamente a tu casa y tomaré tu sexo a la fuerza. Digo, MI sexo a la fuerza.


16/7/12

Cáncer vaginal (21)


Cuando niño, de manera involuntaria, tenía la capacidad de lograr que se lastimaran y hasta murieran chiquillos que convivían conmigo.
Un compañero de escuela, cierta vez se rió tanto de mi fealdad y lo hizo durante tanto tiempo y con tal violencia, que experimentó un principio de infarto.
Una niña que me gustaba, me consideraba tan feo que sostenía que tenía pesadillas conmigo y que mi visión la acechaba en las noches, dentro de su habitación y hasta debajo de la cama. La niña terminó suicidándose a los diez años a causa de esto.
El padre de un compañero nuevo en la escuela venía en su vehículo a dejar al niño en el  establecimiento educativo. Cuando me vio, mientras estacionaba, quedó tan perplejo con mi fealdad que colisionó contra otro auto haciendo que mi compañero lastimara de gravedad su cabeza.
Este compañero, de nombre Jacinto, fue uno de los niños que más me burló durante la infancia. Se reía tanto de mí, que los días en que no asistía a clase, extrañaba sus carcajadas, que ya se habían tornado una irreverencia natural y rutinaria.
Más de veinte años después, lo encontré en la calle. Cuando me vio, lejos de saludarme, comenzó a retorcerse de las carcajadas que mi rostro y cuerpo le producían.
-Bodeler. Menos mal que me voy de viaje durante dos años, así en ese lapso de tiempo, no me cruzaré de nuevo con tan graciosas e inmundas facciones, cuerpo, voz  y forma de ser -me dijo y se marchó.
Entonces comencé mis tareas de inteligencia.
Efectivamente se marchó a un viaje con su familia; su esposa y una hija de un año. Tenía una bonita casa, con un amplio parque y una encantadora piscina.
La primera noche en que ingresé a su propiedad, noté que la piscina estaba vacía. Y allí pergeñé un plan.
Desde ese momento, cada vez que sentía ganas de defecar, me aguantaba hasta llegar a su casa, saltar las rejas y cagar dentro de la piscina.
Lo hice cada día durante los dos años en que el sujeto estuvo ausente.
No resultaba fácil; yo no vivía tan cerca y en un par de ocasiones me defequé encima. Sobre todo si se considera  que muchas veces tomaba un purgante para favorecer mi misión. En tales ocasiones pasaba casi todo el día y la noche en la casa, durmiendo cerca de la pileta. Si me cagaba en el camino, de todas formas arribaba hasta la alberca y arrojaba en ella mi ropa interior embarrada de materia fecal.
Para el día en que Jacinto regresaba, la piscina estaba casi completa de mierda en descomposición.
Como había inquirido el horario de su retorno, lo esperé dentro de su morada con mi cabeza cubierta con una media de mujer y un arma en la mano.
Apenas mi ex compañero hubo ingresado portando una valija, lo encañoné y le ordené que me entregara a la niña, que contaba con tres años para entonces.
El sujeto se negó de forma rotunda, de manera que coloque la pistola en la sien de la pequeña. Entonces me la dio.
La tomé en brazos y la llevé corriendo hasta la piscina pletórica de caca y la arrojé adentro.
Mientras saltaba la reja y me alejaba a la carrera, volteé la cabeza y pude ver como el sujeto se arrojaba de manera resuelta a la mierda pútrida para rescatar a su hija. Me reí hasta llegar a mi casa.
Una vez en mi morada, entre carcajadas, me masturbé pensando en lo ocurrido.




14/6/12

Cáncer de ano (20)


No hace mucho, urgando en los cajones del placard de madre, entre sus enaguas y negligés, hallé una antigua caja taraceada de madera.
En su interior, había algunas fotografías que mostraban a mi padre, en sus años mozos, junto a un bebé desnudo.
En una de las fotografías viejas, papá tenía el miembro viril erecto sobre el pecho del niño. En otra mantenía el diminuto pene del bebé en su propia boca, debajo del grueso mostacho.
Todas las fotos -eran muchas- tenían ese tenor.
Tras observar de manera minuciosa, caí en cuenta sin dudarlo, que ese bebé no era otro que yo en mi más tierna edad.




13/3/12

Esmegma (19)

-Bien sabes que no te quiero. Que nunca te he querido, ni lo haré jamás -solía decirme todo el tiempo mi padre cuando era niño.
Él y madre se habían separado apenas hube nacido y yo pasaba algunas temporadas con él.
Y por supuesto que tenía en claro que no me quería. Él se encargaba de hacérmelo saber a través de una constante sodomía.
Me insertaba en el ano algún objeto y me decía: "No hago esto por ser un perverso sexual. No lo disfruto. Sólo pretendo que el castigo no se te olvide nunca".
También me hacía vestir de niña y me hacía darle el pecho a una muñeca. Mientras tanto, se reía de mí, señalándome, hasta caerse al piso por obra de las carcajadas.
Cierta vez, tenía yo siete años, me subió a su auto y me condujo hacia las afueras de la ciudad. En cierto momento, me hizo bajar  del vehículo y me llevó hacia un granero. Me dijo, apoyando su mano en mi hombro:
-En un pueblo africano (los Ljo) los niños y adolescentes deben de copular delante de los mayores con una oveja, como parte de un rito de iniciación.
Cuando abrió la puerta del edificio de madera, pude ver un grupo de personas que me miraban y se reían y, a un costado, las lanas blancas y ensortijadas del animal.


30/1/12

Pene roto (18)

-Si bien es la primera vez que tengo sexo -me dijo la niña Lucía- y no tengo con qué comparar, he quedado muy decepcionada con tu manera de penetrarme. Mi abuela tenía razón respecto de lo que me dijo: sos un amante paupérrimo.
Era demasiado.
No soy un tipo violento; por el contrario, siempre me he caracterizado como sujeto contemporizador y anodino. Pero en ese momento experimenté una efervescencia brutal, dejé de ser yo. Se anunció lo que me decía mi madre cuando niño: "Detrás de todo imbécil adocenado y vulgar como vos, se esconde una bestia".
Sin darme cuenta, le propiné una sonora bofetada.
Ella comenzó a llorar como una niña. En realidad era una niña; a lo que me refiero es que si bien tenía once años, lagrimeaba como una de cuatro o cinco.
Eso sólo me enervó más. Me irreconocí.
Comencé a darle golpes de puño en el rostro, mientras la tenía tomada de los cabellos.
Aunque siempre fui muy débil, cuando propiné uno de esos golpes, sentí bajo mis nudillos que se hundían un chasquido proveniente de su nariz: se la había roto. Ésta comenzó a mandar sangre muy espesa y amarronada.
Entonces comencé a pegarle en el vientre. Ella estaba desnuda. En uno de sus movimientos abrió las piernas y alcancé a ver emanando de su vulva casi impúber una espesa huella de mi semen.
La golpeé de manera repetida en el monte de venus sin vello. Luego en los pechitos que ni asomaban.
Cuando se me cansaron los brazos y las manos me escocieron, recordé la forma de tortura conocida como "Cura de agua".
Inmovilicé a la niña sobre la cama. Le coloqué un trapo en la boca y lo deslicé hasta su garganta. Y procedí a echar agua lentamente, produciéndole a la pequeña la sensación de ahogamiento. Así lo hice durante algunas horas, con la virilidad rampante.
Finalmente, cuidando de que nadie me viera, la dejé convulsionando en un solar baldío de la esquina y huí.
Me sorprendió, dos meses después, encontrarla llamando a mi puerta, con espantosas lastimaduras cicatrizadas en el rostro, sonriéndome y mostrándome muy divertida la ausencia de seis dientes, antes de abrazarme.



Obras que el artista Adrián Zotto realizó especialmente para este texto: