30/1/12

Pene roto (18)

-Si bien es la primera vez que tengo sexo -me dijo la niña Lucía- y no tengo con qué comparar, he quedado muy decepcionada con tu manera de penetrarme. Mi abuela tenía razón respecto de lo que me dijo: sos un amante paupérrimo.
Era demasiado.
No soy un tipo violento; por el contrario, siempre me he caracterizado como sujeto contemporizador y anodino. Pero en ese momento experimenté una efervescencia brutal, dejé de ser yo. Se anunció lo que me decía mi madre cuando niño: "Detrás de todo imbécil adocenado y vulgar como vos, se esconde una bestia".
Sin darme cuenta, le propiné una sonora bofetada.
Ella comenzó a llorar como una niña. En realidad era una niña; a lo que me refiero es que si bien tenía once años, lagrimeaba como una de cuatro o cinco.
Eso sólo me enervó más. Me irreconocí.
Comencé a darle golpes de puño en el rostro, mientras la tenía tomada de los cabellos.
Aunque siempre fui muy débil, cuando propiné uno de esos golpes, sentí bajo mis nudillos que se hundían un chasquido proveniente de su nariz: se la había roto. Ésta comenzó a mandar sangre muy espesa y amarronada.
Entonces comencé a pegarle en el vientre. Ella estaba desnuda. En uno de sus movimientos abrió las piernas y alcancé a ver emanando de su vulva casi impúber una espesa huella de mi semen.
La golpeé de manera repetida en el monte de venus sin vello. Luego en los pechitos que ni asomaban.
Cuando se me cansaron los brazos y las manos me escocieron, recordé la forma de tortura conocida como "Cura de agua".
Inmovilicé a la niña sobre la cama. Le coloqué un trapo en la boca y lo deslicé hasta su garganta. Y procedí a echar agua lentamente, produciéndole a la pequeña la sensación de ahogamiento. Así lo hice durante algunas horas, con la virilidad rampante.
Finalmente, cuidando de que nadie me viera, la dejé convulsionando en un solar baldío de la esquina y huí.
Me sorprendió, dos meses después, encontrarla llamando a mi puerta, con espantosas lastimaduras cicatrizadas en el rostro, sonriéndome y mostrándome muy divertida la ausencia de seis dientes, antes de abrazarme.



Obras que el artista Adrián Zotto realizó especialmente para este texto: