20/2/11

Epidídimo (2)

-Entiendo a la literatura en su ejercicio como una hormona -sostuvo Mallet.
Mi esposa rió con descaro mientras jugaba con su pie por la ingle de mi amigo.
-Por supuesto -continuó-. Una secreción interna, un mensaje químico, la regulación del organismo, a veces feromona...
Mi esposa siguió con su pie en la ingle de mi amigo Mallet, y comenzó a tocarse la propia con la mano, divertida.
La alfombra espesa daba entidad íntima al ámbito decorado de manera barroca.
La hija de Mallet, adolescente ya, me miraba. Yo fui uno de los primeros en tenerla en brazos apenas nacida. La habitación nos ofrecía a los cuatro un atisbo de sombra, avalada por la lumbre del hogar que crepitaba minusválida. De pronto la niña me sonrió, pasó su lengua por sus labios, y empezó a frotar su zona púbica con los dedos, sin dejar de mirarme. Entonces experimentó una mínima convulsión que sólo yo noté y su cara mostró sorpresa. Al instante volvió a mirarme y rió nuevamente. Por la mancha húmeda que apareció en la zona de su entrepierna mojando su pantalón, supe que había tenido un orgasmo súbito y que había eyaculado con rudeza.


Pies de Carlos R. Bodeler

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