20/2/11

Vesículas seminales (4)

-¿Pero entonces, por qué me citaste aquí? -dije.
La muchachita, de doce años, me miró con seriedad. En sus ojos habían un comentario del cielo y el tamaño de la resignación.
-Porque me enteré que usted, Bodeler, fue el único hombre con que mi abuela engañó a mi abuelito. Mi abuela Elsa, fue en la ciudad de Rosario, hace mucho.
Era cierto. Recordaba a la mujer. Con ella perdí mi virginidad y, además de con mi esposa, fue la única mujer con quien hice el amor. Era una señora fea, estaba borracha. Dijo que se acostaba conmigo por lástima. Porque me encontraba demasiado delgado. Porque era, por lejos, el sujeto más delgado en ese velorio.
-Le quiero pedir perdón por eso -dije.
-No me importa lo de mi abuela -respondió-. Usted tiene los ojos muy redonditos. Como un koala.
Era una niña muy bella. Aunque tenía demasiado cabello. No le encontré un solo rasgo de su abuela. Vestía una remera de Mickey Mouse.
-Mi abuela es muy fea -dijo-. ¿Por qué se acostó con ella?
Una pregunta muy compleja. Muy cargada de derrotas e inclemencia. De conmiseraciones. Cómo responderle que para mí había sido un triunfo, que estaba desesperado por perder la virginidad pues tenía treinta años y nunca me había atrevido a ir con una prostituta.
-Bueno, no sé que decirle -confesé.
-Sé que le hizo el amor muy mal.
Tragué saliva.
-No creo que eso haya sido así -dije.
-No. Créame. Fue así. Además tiene usted el pene mínimo. Abuela me narró cada detalle.
Me parecía que la gente nos miraba. Seguramente se preguntaban qué estaba haciendo un adulto tan feo con una niña pequeña manteniendo una charla muy animada y seria al tiempo.
De pronto la niña se levantó, me propinó un muy ruidoso beso en la boca y tomó con su manita mis genitales.
-Quiero tener sexo anal con usted -me dijo- en el mismo hotel donde fornicó a abuela. Cuándo quiere que viajemos.

Dedos de Carlitos R. Bodeler

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