2/5/11

Albugínea (11)

Si me preguntan qué me movió en mi primera juventud a tener un encuentro homosexual, puedo responder sin hesitaciones: la lástima y el respeto.
Mi vecino era una suerte de filósofo de barrio; don Jenofonte García Paredes Nieto. Sentado en su silla con el respaldo hacia adelante en la vereda, fumando su pipa de gran cazoleta y sorbiendo mate lavado, generó siempre en mí gran admiración por la solemnidad de su porte mugriento, pues don Jenofonte no se bañaba por cuestiones referentes a Tales de Mileto.
Como en una suerte de "Academia" suburbana, aprendí con él, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, los primeros rudimentos a propósito de la filosofía. Era un solipsista criollo de larga barba y olor muy marcado a sudor de axila.
Casi sin que me diera cuenta, a don Jenofonte lo estragaron los años. Su edad demasiado avanzada se manifestó sin tregua y de súbito en su anatomía macilenta.
Una madrugada lo internaron. Fui a visitarlo al hospital y lo encontré devastado sobre la cama, acicateado por diversos tubos y mangueras. Me hizo un gesto y me acerqué a su rostro de cadáver:
-Carlitos, hijo mío -me susurró desde lo intrínseco de su aliento fétido-. Muero, hijo. Y no voy a marcharme sin una fellatio de letum.
Sin dudarlo le bajé entonces el pañal y le retiré la sonda del falo. Un imposible olor a orina me asaltó mientras llevaba la cabeza hacia el miembro atrofiado y ya lampiño de don Jenofonte. Llorando por la pérdida inminente, me llevé su glande a la boca, percibiendo su regusto sulfúrico.
Mientras ejecutaba un movimiento de vaivén con la cabeza y contenía las ganas apremiantes de volver el estómago, recordaba cómo teniéndome sentado sobre su regazo, el maestro versaba sobre los presocráticos y la lógica formal.
Si bien el pene del filósofo no se había erectado por completo, logró eyacular dentro de mi boca.
Mientras vomitaba recordé la historia que me solía contar: aquella de Heráclito de Éfeso, quien se había enterrado en materia fecal para curarse de la hidropesía y de seguro dejar una enseñanza cifrada. Encontré entre ambos actos, el que acababa de fomentar mi viejo mentor y aquel del Oscuro, una evidente analogía.
Minutos después, don Jenofonte murió.
Aquella última mayéutica seminal, repercutirá en mí por siempre como una enseñanza nauseabunda, pero sobre todo como el recuerdo más excitante de mi vida.



5 comentarios:

  1. Por favor Carlitos, no se muera nunca! y si tal aventura se le ocurriese, de seguro su tan amigo Mallet estará allí para, de manera noble y gentil emular su tan épico sacrificio.

    D-olorosa fotografía...

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  2. Señor Marcelo C.: coméntase que Ud. es amigo íntimo de Bodeler. Degenerado.

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  3. Oye Norma, no es de buen tino andar haciendo acusaciones por el estilo (muy tuyo por cierto), pero la verdad sea dicha. Casi que no conozco al Bodeler ese,y la única vez que me lo he cruzado fue tras unas mugrientas sábanas del hospital público. Imagínate.
    Como comprenderás, casi sin luz y debido a mi eyaculación prematura, la cosa no cuenta.

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